El empatacado estaba conduciendo su ambulancia como era habitual, solo que esta vez lo hacía a una velocidad incalculable. Dobló por el callejón sin mirar si alguien pasaba y, en un abrir y cerrar de ojos, se vio tirado en el umbral de la vereda, la ambulancia estrellada contra un paredón, sus puertas abiertas de par en par. De pronto observó su brazo hinchado al haberse pinchado con una jeringa e inmediatamente notó lo que ocurría: un bisturí corría hacia un pulmón que tenía asma; las bolsitas de sangre que su usan para la transfusión cantaban la marcha fúnebre; curitas, gasas, sueros, y hasta un respirador corrían sin dirección alguna pero en busca de algún botiquín en donde meterse.
El empetacado no entendía nada, trató de levantarse del suelo pero sin resultado. Sus ojos se cerraron, sólo veía una oscuridad total, al instante sus ojos se volvieron de manera sorpresiva, lo que veía lo descolocó un poco, pero bastó una milésima de segundo para que se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo. Volvió a acomodar su trasero en los hoyuelos del asiento y, mirando la petaca que llevaba en su mano, exclamó:
- ¡desde ahora solo gaseosa!
Julián M. C.
es genial!!
ResponderBorrarmuy bueno, juli!!!!
ResponderBorrar¡¡¡Me encantó!!!
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