La luz del atardecer inundó la sala haciendo que los objetos me dolieran en los ojos. Las rojas plumas que se mecían con la brisa cobraron vida. Ya no eran simples recuerdos muertos. Al estallar bajo el reflejo del sol, trajeron el dolor de nuevo. El tiempo se detuvo de pronto, hubo un silencio. Luego, el pasado irrumpió en la estancia.
Ahora, cuando la luz dibuja los barrotes en la pared, húmeda y fría, como si fueran cintas, lo veo volviendo a mí, en silencio, oliendo a traición, besándome en la oscuridad. Besos de muerte.
Gloria Cabrera
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