La señorita M. “Marisa” dice ella cuando la llaman
Por Inés Carozza
La señorita M avanzó rápidamente por los fríos pasillos que conducían a la sala de música. El repiqueteo de sus zapatos de tacón alto sobre el mosaico encerado es un sonido familiar para todos los del segundo piso, sonido que se mezcla con las escalas y se confunde con los pulsos que marcan los metrónomos, todos sonando al mismo tiempo.
Yo la observo mientras camina, desde el otro lado del pasillo. Hace años que la conozco, siempre tan mesurada, con cada movimiento casi pensado, nada fuera de lugar. Sí, la señorita M es un modelo de equilibrio, de sobriedad. Esa sobriedad se evidencia en su vestir, sencilla pollera oscura, recta hasta las rodillas y blusa blanca. No es antigua, es clásica, por eso nunca desentona, en cualquier ocasión ella luce en la forma adecuada.
Como todas las mañanas, como todos los días interminables de su vida, entra en su clase. Ahora yo también avanzo por el pasillo, yo también como todos los días de mi monótona vida recorro esas baldosas, repasando, lustrando, limpiando y espiando. Espío cada aula, y como siempre me detengo en la de la señorita, justo a tiempo para ver y escuchar como ella le indica a la rubiecita del fondo, “página catorce, por favor, y marca bien los acentos”, agrega. La niña le obedece y todos se preparan. Entonces sí, comienzan las primeras vocalizaciones.
Amo la música pero nunca pude estudiar, por eso cuando conseguí este trabajo en el conservatorio me alegré, no habré estudiado pero por lo menos estoy cerca de ella y puedo vibrar junto a las melodías que ejecutan los demás. Ellos no lo saben, sin embargo, todos tocan y cantan para mí. Yo solo tengo este privilegio. Pero debo confesarlo, la única que intuye que los espío, que la espío es la señorita M.
Hoy, como nunca antes había ocurrido, la veo unirse al coro con sus alumnos. Y esta vez la voz de la señorita M se levantó por encima de todas las demás, matizada, brillante, llena de expresividad. Comprendo que ésta es su compensación, su regalo secreto. Un secreto que ya no lo es ni para ella ni para mí a pesar de que apenas nos hablamos, sólo un efímero saludo, un “buenos días señorita M”. “Marisa”, responde ella al pasar. Por eso ahora mientras canta, sus ojos de soslayo espían mi cara pegada al vidrio, a este vidrio que limpio, a este vidrio que refleja nuestras almas y que al mismo tiempo las oculta y las confunde.
Me dió tristeza!.. porque es una señora que limpia que no pudo cumplir su sueño de estudiar música y que a lo mejor, ella piensa que lo que cantan es para ella pero tal vez la señora M ni la registra.
ResponderBorrarIgual muy lindo profe. Cuando lo leí escuchaba su voz.
Beso :)
Yo tambien escuchaba su voz!! jaja... me encantó. Juli, no todos somos Mozart, a muchos nos toca ser Salieris!! Muuy bueno.
ResponderBorrarLo volvi a leer, como si fuera un "el" quien escribe. Parece mejor así. Se me puso la piel de gallina.
ResponderBorrarGracias Jesi
ResponderBorrar