Estaba todo preparado en la ciudad para la celebración de ese año. Todas las calles se encontraban adornadas con las más hermosas y rarísimas flores que se podían encontrar en el continente y no quedaba ni una sola casa que no luzca en su puerta una gran nota musical de sol. Es que todos los años en Showy, considerada la cuidad de la música, se celebraba una gran fiesta a la cual asistían las personas más destacadas del mundo de la música y todos los habitantes de la cuidad salían a las calles a cantar y bailar.
Ese año saldría todo más que perfecto, ya que el organizador del festival era nada más y nada menos que el señor Donnal Reynols, un divertidísimo y pintoresco personaje de la ciudad admirado sobre todo por su excelentísimo gusto y sensibilidad a la hora de montar espectáculos en el teatro Musical First Theater, del cual él era director.
El clima que se vivía en la ciudad era fantástico. No había ni una sola cara larga ni seño fruncido; toda la gente esbozaba una sonrisa de oreja a oreja. Todos excepto Donnal Reynols; quien se había retrasado varios días en el extranjero y gracias a varios asuntos y proyectos no había tenido tiempo para organizar dicha celebración. Esta era una fiesta de gran responsabilidad para él ya que en el éxito de esta se jugaba toda su reputación como director teatral y además, ese año lo nombrarían ciudadano ilustre. En pocas palabras, Donnal estaba al horno. Sólo quedaban dos días para que se dé inicio a los festejos y él ni siquiera había podido contratar a un grupo para que toque.
Esa noche llegó a su casa, exhausto y triste. Se retorció el bigote, acomodó lentamente sus redondos lentes por encima de su nariz y… rompió a llorar. Su gran barriga saltaba a la par de los sollozos. Golpeó el suelo con los pies al mismo tiempo en que sacaba un blanco pañuelo de seda de su bolsillo derecho. Sonó ruidosamente su morro. Mientras el pañuelo volaba mágicamente, en consecuencia del gran soplido nasal, el divertidísimo y pintoresco hombre se durmió.
A los pocos minutos una figura ingresó a su casa. Era redonda y duraba cuatro tiempos. Si le contaban un chiste reía cuatro veces. Si se enojaba lo decía cuatro veces. Si lloraba, sólo cuatro lágrimas caían de sus redondos ojos. Bufando, mientras daba un suspiro que duró cuatro segundos, se sentó junto a Donnal. Éste ignoró totalmente que alguien yacía a su lado y continuó roncando, haciendo volar el fleco que caía sobre sus ojos con cada expiración.
-Ejeemmm… Ejeemmm… Ejeemmm… Ejeemmm – Dijo la figura.
Reynols dejó de roncar. Abrió un ojo y observó. Abrió el otro. Miró la figura que tenía a su lado. Levantó sus lentes e intentó enfocar la vista. Luego comenzó a gritar.
-AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH
Donnal se levantó rápidamente del mullido sillón y corrió a parapetarse detrás de la mesa.
La figura rió tontamente. Entonces Reynols se sonrojó al ver que la “cosa” que reía ante él, medía nada más y nada menos que veinte centímetros.
- Joooooooooooooooo joooooooooooooooo joooooooooooooooo joooooooooooooooo – Y cada risotada duró cuatro minutos.
Cuando por fin la redonda figura terminó de reírse, se presentó.
-Hola Donnal Reynols. Yo soy Redondo, el rey de la música. Me he enterado a través de mis súbditas, las semifusas, que tenés problemas. Ellas siempre son las primeras en enterarse de los chismes, son las más rápidas y les encanta saber todo… mujeres. Además chusmean absolutamente todo; una gran capacidad. Conocen todos y cada uno de los secretos musicales del mundo – Mientras Redondo hablaba, Donnal se acercó lentamente a él, lo pintó con la mirada, giró a su alrededor y acarició su suave pelo de plumas – Como iba diciendo – continuó Redondo - me he enterado de que estás en problemas y vine hasta aquí para brindarte mi acompasada y rítmica ayuda.
-Ya veo… - dijo Donnal – Si es tan amable, antes me podría decir ¡¿Qué clase de estúpida broma es esta?!
-Ah! Pero por todos los minués y vals del mundo, aquellos tan bellos que te hacen llorar, ¿por qué pensarías que esto es una broma? ¿Acaso no me ve Donnal Reynols? Soy real. Soy Redondo. Duro cuatro tiempos. Y vine a ayudarte. Además, cuando te dirijas a mi persona di “Señor Redondo”.
-Engañifas. Si usted fuera un “Rey” y un “Señor” seguro hubiera venido con sus súbditos, con un grupo de blancos y negros que le sirvan, pero ¿Dónde están que no los veo? – Entonó irónicamente Donnal, con un dejo de suave agudeza.
-Le respondería con un staccato, pero no es lo mío. Me reiría pero tardo mucho – explicó Redondo en un suspiro – Yo no necesito lacayos y súbditos que me protejan. Si soy el rey es porque soy una figura. Pero también un silencio. El silencio más largo.
Dicho esto, Redondo se convirtió en una línea. Una pequeña y silenciosa línea.
*
Pasó un minuto, dos minutos, tres minutos. Al cuarto minuto Donnal estaba seguro que el silencio iba a volver a ser Redondo… pero el desgraciado se movió de lugar y así pasaron cuatro minutos más, y cuatro más y cuatro más.
A los veinte minutos de absoluto silencio Donnal esbozó una tímida disculpa, suave, dulce, con un hilo de voz agudo.
-Redondo, discúlpeme. No debería haber dudado de usted. Por favor, vuelva. Redondo…
Pero la figura continuó en silencio. Una delicada línea de indiferencia.
-Redondo, por favor… lo necesito. No sé qué haría sin ustedes. Hoy fue un día perdido, sólo me queda esta noche y el día de mañana para… - la súplica iba a crecento – organizar la celebración. – Al no ver respuesta, Donnal utilizó adagios y cruces de mano, una mezcla dulce, como un solo de oboe apareciendo solitario y puro por encima de una orquesta de violines – La gente está feliz, “Señor Redondo”, sonríe, canta y baila en las calles. –Dicho esto la línea abrió tímidamente un ojo - Señor Rey, la mirada de la gente brilla al compás de la expectativa. No hay ni una sola cara larga ni un seño fruncido – y abrió otro ojo. Y un gran círculo apareció en el lugar de la silenciosa y bella línea.
-Te ayudaré – Dijo Redondo al fin. Y sonrió con toda su redondez. Su sonrisa sonó para Donnal como el solo de un saxofón, como un clarinete tocando alguna de las estaciones de Vivaldi. O mejor aún, como una niña practicando los primeros acordes en un piano, descubriendo la forma de los sonidos debajo de sus dedos.
-Te ayudaré y para eso debes seguirme.
Donnal, sin dudarlo, corrió a buscar el sombrero de copa, el abrigo, el reloj de bolsillo y el bolso para situaciones improvistas. Luego siguió a Redondo.
La figura abrió la puerta y en lugar de la feliz ciudad de Showy, lo que pudo ver fue una escalera que bajaba hacia otra puerta.
-Debes tener cuidado – avisó Redondo – la partitura escalera tiene cinco líneas y cuatro espacios. Solo pisa las líneas para no caerte.
Mientras que la figura bajó con soltura, Donnal lo hizo con miedo y cautela.
Del otro lado de la puerta, Reynols pudo conocer un mundo increíble. El mundo de la música. A veces uno cree que lo conoce todo, y un redondel nos muestra lo cuadrados que son nuestros pensamientos.
Lo primero que sucedió fue la aparición de treinta y dos semifusas. Si, treinta y dos. Impecables, hermosas e imparables. Hablaban cada una, una palabra o una pequeña frase, una tras otra, a gran velocidad.
-Señor Redondo.
-Llegó
-¿Necesita algo?
-¿Y éste quién es?
-Es Donnal Reynols ¡oh! – Un coro de ¡oh! surgió de las semifusas, uno tras otro, treinta y dos veces.
-Llegó
-Llegó él también.
-Que redondo, como redondo.
-jajaja
-Pero pintoresco
-Y gracioso
-Mmm ¡Qué rico perfume!
-Bueno bueno, dejen a nuestro huésped tranquilo, y por favor, ¡avisen a los negros y la negras, las blancas y los blancos que llegamos!
Y las semifusas se fueron corriendo a chusmear.
Al caminar unos pocos pasos, Donnal notó que a un costado se encontraban las fusas, cantando bajito, recostadas y tristes.
-¿Qué les pasa a las fusas? – preguntó Reynols
-Están tristes porque las semifusas siempre les ganan en todo.
-¿Cómo van a estar tristes? – Se extrañó el pintoresco hombre – Si justamente la belleza de las fusas es no ser tan rápidas. Son rápidas, pero… no tanto. Ser una fusa es poder ver lo que las semifusas no llegaron a observar, lo que las otras se perdieron por atolondradas. Ser fusas es tener la cantidad de figuras necesarias y justas para hacer un tiempo. Dieciséis hermosas figuras que van rápido sí, pero… no tan rápido. Si uno corre solo siente el viento. Las fusas pueden sentir mucho más que solo el viento pasar – Mientras caminaban, y Donnal continuaba con su monólogo, una fusa los escuchó.
*
Como buena fusa, bien chusma y rápida pero no tan rápida, le comentó lo que decían de ellas a todas las demás. Se pusieron muy alegres, sí; y enseguida las dieciséis se agruparon en una hermosa y mágica melodía.
La escalera de partitura por la que descendían Donnal Reynols y el Señor Redondo se inundó de notas musicales, y como una ola de música trascendieron la superficie del papel en el que se encontraban. Reynols se vio parado en medio de la avenida principal de Showy, bandas sonando, fusas bailando, redondas, blancas, corcheas, semicorcheas. Figuras y notas todas juntas transformadas en una gran canción. Ve aproximarse una carroza, ésta traía toda una colección de instrumentos musicales antiquísimos; avanzaba por la avenida y Donnal ahí paralizado sin poder despegar los pies del pavimento. La carroza siguió avanzando, se acercó un poco más, estaba a unos milímetros y la cara del hombre pintoresco y el llamativo móvil fueron uno solo por un instante.
Donnal Reynols despegó sus pesados párpados, sintió una extraña sensación invadir su cuerpo, algo así como la que experimentaba de joven al salir al escenario a dar un concierto. ¡Adrenalina! Eso era. Miró un cuaderno con algunas notas, la música para el evento estaba compuesta en su totalidad. Por allí estaban las bandas, más allá una lista de actores, bailarines, atuendos. Donnal pensó para sí, ¡la función está por comenzar!
*
Todo salió como se esperaba, Showy tubo la mejor celebración en años. Reynols fue nombrado ciudadano ilustre y salió en todas las tapas de periódicos y revistas de espectáculos. Sin embargo, él aun estaba azorado, perturbado por el simple hecho de cómo al despertar había encontrado todo hecho. Comenzó a barajar distintas hipótesis posibles y ninguna le convencía. Pensó en su sueño, en ese loco sueño con las figuras musicales. Una imagen borrosa del Señor Redondo vino a su cabeza. Y no se explicaba, no sé explicaba cómo había sucedido semejante milagro. En ese preciso instante, miró a su alrededor y pudo percibir un débil y delicado sonido. Provenía de un rincón al otro extremo de la casa. Se acercó con pie trémulo y procurando disfrutar a cada paso de la dulce melodía. Cuando por fin estuvo cerca de dicho rincón la melodía cesó, y una ligera sonrisa se dibujó en los labios de Donnal Reynols.
Quizás la magia o la ayuda provengan de los lugares menos esperados.
Pignalberi Jesica y Cánepa Julián
Que bueno que bueno!! Me encantó
ResponderBorrarNos salió re lindo jesii!! :) Nos felicito jaja
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