miércoles, 13 de junio de 2012

Cuento pedagógico


-          ¿Literatura?

-          

-        Yo no tengo nada que ver con ella. Enseño matemática, eso es lo que realmente les va a servir cuando tengan que salir a la calle a ganarse el mango. Además… literatura éstos… ¡Si ni siquiera saben escribir!

El primer profesor respiró hondo llenando suavemente sus pulmones. Se acomodó nuevamente en su silla y con voz tranquila dijo:

-          Yo creo que todos están hechos de palabras, tejidos con gramática, llenos de discursos, incluso aquellos más silenciosos o que tienen poco vocabulario; todos están y estamos llenos de literatura, todos tenemos algo para contar.

-          ¡Ja! – exclamó el segundo profesor. – Si les encuentra al menos una neurona lo felicito.

Por un momento, las cejas del primer profesor se fruncieron. Estaba molesto, sí. Molesto con el segundo profesor por no creer en sus alumnos, pero molesto también consigo mismo por no haber encontrado la manera de llegar a ellos.
En ese momento su mirada cambió y sus ojos se posaron en los del otro profesor de mirada escrutadora.

-          Cada alumno toca su propio instrumento – comenzó a decir el primer profesor -  no vale la pena ir contra eso. Lo delicado es conocer bien a nuestros músicos y encontrar la armonía. Una buena clase no es un regimiento marcando el paso, es una orquesta que trabaja la misma sinfonía. Algunos serán sólo un pequeño triángulo, pero serán un triángulo excelente y estarán orgullosos de la calidad que su contribución confiere al conjunto. El problema es que queremos hacerles creer en un mundo donde sólo cuentan los primeros violines.

-          Sí, claro. Usted es muy utópico. Con estos pibes…, no hay con qué darle.

-          No, creo que el problema es que algunos se creen Beethoven y no soportan dirigir una orquesta municipal. Todos sueñan con la Filarmónica de Berlín.
El sonido del timbre irrumpió en esa pequeña sala de profesores. El segundo profesor puso un gesto cansado y tomó sus cosas para retirarse al aula. Unos segundos más tarde, el primer profesor también se levantó y se encaminó a su aula con paso firme.

“Los mejores docentes no están en las mejores escuelas,
están en el lugar que más se los necesitan”.

Julián M. C.

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