MAL
DE ESCUELA
Daniel
Pennac
“¡Ah, sí, la partida de
las golondrinas! Cada año, hacia la misma fecha, se dan cita en el tendido
eléctrico. (...) Vuelan a toda velocidad. Llegan del norte en batallones
hitchcockianos, rumbo al sur…” “… Es grande el espacio entre ambos postigos,
bastante para dar paso a todos los pájaros de cielo. Y sin embargo nunca falla,
¡tres o cuatro de aquellos idiotas se la pegan siempre contra los postigos! Es
nuestra proporción de zoquetes. Nuestras nulidades. No están en la línea, no
siguen el camino recto, retozan al margen. Resultado: postigo. ¡Ploc! Caída en
la alfombra. Entonces uno se levanta, toma la golondrina atontada en la palma
de su mano —no pesan nada, esos huesos llenos de viento—, aguarda a que despierte
y la manda a reunirse con sus compañeras. La resucitada emprende el vuelo, un
poco sonada aún, zigzagueando por el espacio recuperado, luego se dirige
directamente hacia el sur y desaparece camino a su porvenir.”
Esta hermosa metáfora nos
hace reflexionar sobre el importantísimo papel que cumple un “buen profesor” en
la metamorfosis de los “malos alumnos”. Un buen profesor, recoge sus
golondrinas golpeadas, las cura y les señala el camino.
Los “buenos profesores” son aquellos que ven en
sus alumnos zoquetes algún porvenir,
que lo intentan todo, aunque todas las estadísticas digan que el destino de ese
zoquete es la nada, que van más allá
de sus fuerzas y de sus ganas, que posan
su mirada cargada de esperanza sobre el zoquete,
alentándolo, buscando algún resquicio por donde llegar, tratando de encontrar
alguna luz indicadora del camino por donde seguir.
Los buenos profesores son
aquellos que se preocupan en revisar sus prácticas, en readaptarse a los
cambios, a los nuevos alumnos, son los que
no se quedan en el recuerdo de: “en
mis tiempos era diferente”; son los que enseñando, aprenden cada día más, y
sólo aprende
aquel que está dispuesto a cambiar, a cuestionar su modo de proceder habitual
para sustituirlo por otro mejor, más eficaz, para lograr con ese cambio que sus
estudiantes aprendan todavía más. Esos
son los buenos profesores que
perduran en el recuerdo de sus alumnos.
Al pasar los años, quizás alguna primavera los traiga
de regreso como esas golondrinas que ellos curaron cuando se golpearon contra
los ventanales. Ellos, que perdieron el rumbo y pudieron seguir la línea para reunirse que los que sí siguen
la buena senda, la senda del triunfo, la senda que la sociedad juzga correcta,
sin pensar que solamente se podría haber intentado una mirada más profunda para
ayudarlos a llegar más lejos de lo que los demás esperan.
Quizás el destino un día los pone en la misma vereda que caminamos,
en el mismo bar que tomamos un café y nos reconocen. Reconocen al que los tuvo
en la palma de la mano cuando sus
cuerpos pesaban menos que el aire, pero sus ansias de rebeldía zoquete pesaban más que una bolsa de plomo.
Glorialva Mabel Cabrera
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