Nuestro equipo ya había convertido el segundo gol cuando le dije a mi padre completamente convencido que nuestro 10 era el mejor del mundo, más aún, del universo… “un marciano” dije. Mi padre no hizo más que asistir con la cabeza y sonreír.
El partido terminó 3 a 0 con dos goles de nuestro 10, dos golazos, el primero de tiro libre y el segundo a pura gambeta, tres en el camino y el arquero… “es distinto” decía en mi esmero por glorificar a mi héroe futbolístico, aunque para mi padre la gloria y los héroes eran otra cosa, algo que había que ver para creer, y él no solo lo había visto, lo predicaba.
El discurso de mi padre después de ese partido fue similar al de un testigo de Jehová hablando de su Dios, y a decir verdad, a veces se le escapaba esa palabra de la boca.
“Yo estaba ahí el día que nació el futbol” me dijo (después me contaría que allí estaba también el día que murió).
Estaba en México, de casualidad, había concurrido a un congreso de “no se que” (según sus textuales palabras). No le gustaba el futbol, él era de los que opinaban que era algo tonto ver como 22 tipos corren detrás de una “pelotita”, que lo mejor sería darle una pelota a cada uno y que se dejen de hinchar. Sin embargo ese día fue a la cancha, lo cual era una suerte de atracción turística en ese entonces, en ese año.
Si no fuera mi padre el que me contó la historia, seria una tontería pensar que un jugador pueda dejar a seis tipos en el camino para hacer un gol, el mejor gol de la historia, o mejor, engañar al mundo y hacer un gol con la mano… ¡en un mundial!... ¡a los ingleses!, “esos ingleses de mierda que nos robaron las Malvinas” dijo mi padre emocionado, “La Mano de Dios”.
Ese día me explicó por que lloró el día del 4 a 0 contra Alemania, porque coincidía con el diario, en el titulo mas triste del año: “Murió el Futbol”. Y concluyó su pregón con una reflexión más que clara de su ideal, me dijo: “no todos piensan igual que nosotros en cuanto a cultura… que la chupen".
ezequiel m
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