miércoles, 25 de mayo de 2011

La Fogata.

Érase una vez en unas vacaciones de invierno, de esos fríos, muy fríos, en los que uno planeaba junto con sus padres unas vacaciones para no sentir tanto la falta de calor, pero que en definitiva, aunque es era el fin terminábamos yendo a un lugar aún más frío que en el que vivíamos.
Ese año mis padres decidieron ir rumbo a Bariloche.
¡Que maravillo lugar me resultó! Una noche, una vez ya instalados en la cabaña, decimos experimentar hacer una fogata (como en las películas), no muy lejos y sin querer, ese no muy lejos terminó convirtiéndose en demasiado alejado.
Juntamos ramas finitas y gruesas, secas y no tanto, así encendimos el fuego.
Papá se sentó en un tronco algo desagradable ya que tenia algo de musgo en sus laterales, pero él no lo notó, y mamá a su lado, como toda la vida, yo y mis hermanos sentados frente a ellos, atinábamos a mirar el cielo; nunca habíamos visto tantas estrellas juntas y eso nos parecía deslumbrante.
Así fue como papá comenzó a mostrarnos algunas de las constelaciones, y aunque no sabía mucho de astronomía, nos hacía creer que en el tema, era un experto.
En un momento hizo un silencio y luego dijo:
-         Había una vez un joven guapo, interesante y simpático que aburrido de la rutina de la ciudad, decidió irse de mochilero a Bariloche; pasó frío, lluvia y vientos para cumplir su travesía, fue así que un día fue al bosque y comenzó una fogata-justo como la que estamos haciendo hoy- agregó.
Fue esa inmensa fogata lo que atrajo a otros mochileros que en sus ansias de aventura se arrimaron y lo acompañaron.
Luego cantaron y tocaron la viola. Cuando llego el momento de comer algo, una muchacha, una pelirroja se acercó a él y le pidió que le compartiese algo de su pan y de su cena.
Así se conocieron y comenzaron, junto al frío de Bariloche, un cálido romance; que no solo duró esos veinte días de aventura, siguió más allá de lo previsto. Luego de dos años, y ya de vuelta en la ciudad, se casaron y tuvieron una bella casa, un jardín y tres maravillosos hijos.
Así papá concluyo su relato; mis hermanos y yo nos miramos, y luego dirigimos nuestras miradas a mamá, ella sonrío, fue entonces que nos dimos cuenta de que el joven guapo y aventurero era papá, unos quince años antes.

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